Al parecer, el quejarse es algo más o menos inevitable en la condición humana.

En realidad, lamentarse es algo que hacemos de forma espontánea.

Según una investigación realizada en la Carnegie Mellon University, en una conversación de una hora, expresamos unas 50 veces nuestra insatisfacción o nos quejamos directamente por algo… vamos, que solemos lanzar una queja cada minuto, al igual que hará nuestro interlocutor.

Y eso no es raro ni malo, las quejas nos unen. Efectivamente, en una conversación no hay cosa que una más que las quejas e insatisfacciones compartidas.. cuando te presentan a alguien, cuando arrancas conversaciones con un desconocido seguramente hayáis caído en la cuenta de que al final los primeros hilos de los cuales tirar para entablar una charla fluida es coger algo negativo en común y tirar de ello.

 

También hay estudios que revelan cómo centrarnos a veces en los aspectos negativos de las cosas entra dentro del terreno de la supervivencia y de la autodefensa.

Si somos capaces de ver “lo malo” nos podemos preparar para protegernos y afrontarlo mejor.

En definitiva, la queja debe ser como el vino, un vasito al día seguramente nos ofrezca más ventajas que desventajas.. el problema es estar todo el día borracho..

Encima, tenemos una fuerte carga cultural y social que nos empuja a ejercer la queja. «Quien no llora no mama» … ¿cuántas veces os han dicho eso en vuestra vida?. Además, todos tenemos la sensación de que el típico Cuñado Quejica, ese que da la brasa a los camareros, ese que se queja a los comerciales, ese que regatea incansablemente antes de comprar algo … ese, se lleva las mejores ofertas, los productos al mejor precio y consigue devoluciones de articulos imposibles … otra cosa, es aguantarlo en su casa.

Y en todas las sociedades el dicho, Quien no llora no mama, tiene sus equivalencias, es algo casi universal.

En inglés suele decirse: ‘The squeaking wheel gets the grease’ (La rueda que chirría recibe la grasa), en francés: ‘Qui ne demande rien, n’a rien’ (Quien no pregunta, no tiene nada); alemán: ‘Wer nichts verlangt, bekommt auch nichts’ (El que nada pide, nada recibe); euskera: ‘Arran mihi gabea ugarrak jan’ (El cencerro sin badajo lo come la roña).

También está claro que la queja social es necesaria en muchísimos ámbitos para intentar mejorar el asunto. Nuestros políticos se mueven en una dinámica de apaga-fuegos. El colectivo que más alce su queja, que más fuerte se queje, indudablemente conseguirá más rédito. Todos tenemos claro que si no nos quejáramos en aspectos como la educación, la sanidad o el consumo, tendríamos todavía menos servicios de los que tenemos. La queja social, la reivindicación es también necesaria.

Sin embargo, estos beneficios de la queja, estas situaciones donde se justifica también encierran un costo.

Según un estudio realizado en la Friedrich Schiller University, cuando nos quejamos activamos a nivel cerebral una respuesta de estrés que puede llegar a dañar las conexiones neuronales de áreas como el hipocampo, vinculada a la memoria y la capacidad para resolver problemas. Lo mismo ocurre cuando escuchamos a alguien lamentarse.

Al parecer, nuestras neuronas son eficientes, tienden a optimizarse y por esta razón, cuando establecen un puente con otras, generan un «aprendizaje químico» que hace que tengan una tendencia a establecer esa misma conexión nuevamente y estén cada vez más juntas, generando reacciones y conexiones más rápidas. Es una de las bases de nuestro aprendizaje.

Me encanta un ejemplo que he leído al respecto: ¿Han notado cuando se forma un camino sobre el césped por toda la gente que pasa evadiendo las esquinas intentando encontrar el camino más corto? La presencia de ese camino «construido» hace que más peatones tomen esa opción corta y eficiente. Algo similar es lo que pasa con nuestro cerebro.

A fin de cuentas, quejarse y pensar negativo no solamente genera más pensamientos negativos, sino que hará más probable que este tipo de pensamientos aparezcan, simplemente, en nuestra mente.

¿La buena noticia? Se puede trabajar en el sentido contrario.

Recalcando el lado bueno de las cosas para que nuestras neuronas aprovechen ese mismo camino. Hey, pero sin exagerar tampoco con la felicidad.

La vida no es perfecta, la vida muchas veces tampoco es justa, y nadie ha dicho que vivir sea fácil. Vamos, que no nos van a faltar a diario excusas para quejarnos. Pero si ponemos en una balanza los «beneficios» que podemos obtener de las quejas y los riesgos que representan, no cabe dudas de que dejar de lamentarnos puede impactar positivamente en nuestra vida.

Hablando de quejicas siempre podríamos adoptar la actitud del “allá tú” o del “que cada uno haga lo que quiera con su vida”. El problema es que está demostrado que “Oír quejicas nos contamina”.

«Cuando vemos a alguien que está experimentando una emoción (ya sea ira, tristeza, felicidad, etc.), nuestro cerebro ‘prueba’ esa misma emoción para imaginar lo que la otra persona está pasando. Y lo hace intentando activar las mismas conexiones y procedimientos en tu propio cerebro para relacionarse con la emoción que está observando. Esto es, básicamente, la empatía, sentir lo que siente el otro.»

Esa empatía nos lleva a pensar de manera negativa y luego, si tenemos un colega o amigo que está todo el día ventilando sus problemas, nuestras neuronas establecerán esos puentes. Estamos programados para empaparnos de esa negatividad.

A mí me ha pasado a lo largo de mi vida laboral, y seguramente todos tengáis ejemplos personales parecidos.

¿No os habéis dado cuenta que hay sitios, públicos y privados, que desprenden un ambiente general positivo y otros negativo?

A mí me ha ocurrido empezar una mañana de trámites y papeleos entrando en una oficina del registro mercantil con un ambiente encantador, con sonrisas y atención grata, y pasar a una delegación de Hacienda donde el personal está agriado de la vida, quejándose y resoplando continuamente. Sin cortarse un pelo quejándose de absolutamente todo, quejándose de la vida delante de los ciudadanos.

Y también he trabajado en empresas donde la presencia de una quejica, y estoy pensando en una persona muy concreta, acaba calando con el paso de los meses y los años en la actitud de muchas otras personas.

Además, ser quejica produce estrés.

Marta Ligioiz, médico especialista en neurobiología del comportamiento, lo explica así..

«Cada vez que se tiene un pone en marcha una queja, el cerebro libera sustancias como la adrenalina, el cortisol y otras hormonas que influyen sobre el sistema nervioso, la musculatura y los sistema cardiovascular, respiratorio y digestivo. Un pensamiento negativo se distingue porque no conduce a la acción ni a algo útil; sólo considera las limitaciones, no las posibilidades»

Generar cortisol constantemente nos conduce al estrés, generando dolores de cabeza, fatiga, tensión muscular, insomnio, irritabilidad y nerviosismo, entre otros síntomas. Los quejicas tienden a la mala calidad de vida. Ese podría ser el gran resumen, no te conviertas en un quejica!.

Más entendidos que reafirman esta línea, incluso yendo más allá. Según Steven Parton, escritor y estudiante de la naturaleza humana, quejarse afecta al cerebro y tiene graves repercusiones negativas para la salud mental. De hecho, quejarnos puede literalmente matarnos.

Así de fuerte: si tenemos pensamientos negativos habitualmente condicionamos a nuestro cerebro a ser más pesimista.

No solo pensar de forma negativa repetidamente hace que sea más fácil pensar más frecuentemente en cosas negativas, sino que también provoca que sea más probable que los pensamientos negativos nos vengan al azar. Volvemos aquí al concepto anterior. El pensamiento con el ‘camino más corto’ en nuestro cerebro será el negativo frente al positivo (que tendrá el ‘puente más largo’).

El hecho de estar continuamente quejándonos por todo y con el consecuente cambio en las sinapsis del cerebro, también conduce a un debilitamiento del sistema inmunológico, aumentando la presión arterial e incrementando el riesgo de padecer enfermedades del corazón, diabetes o incluso obesidad.

En general, creo que hay muchos quejicas, y nos quejamos todos mucho.

Según una encuesta llevada a cabo en el Reino Unido, de la que se hace eco el diario The Irish Times, los británicos se quejan, de promedio, durante 10.000 minutos (casi 7 días) al año, una cifra que se eleva si hablamos de los “millennials”.

¿Y de qué nos quejamos? Aparte de los problemas personales de cada uno, la meteorología y la política eran las temáticas principales de las quejas.

Vamos a seguir recopilando razones por las que los expertos nos recomiendan seriamente que no nos quejemos tanto.

¿El vaso medio lleno o medio vacío? Cuando alguien se queja se centra solamente en lo que está mal, no presta atención a nada más. Aunque lo que está mal sea solo el 20% y el 80% restante esté bien, se fija en lo negativo, obviando lo positivo. Cuando te pasas el día quejándote y hablando de lo malo, acabas viendo las cosas peor de lo que realmente son.

  • Acabas teniendo lo que enfocas
    Por lo tanto, si yo me focalizo en lo negativo, tenderé a escoger la información que me da la razón de que todo es una mierda y dejaré de ver la información que me dice lo contrario.
  • Conduce a los demás a la queja
    Normalmente el discurso de una persona que se queja genera en el oyente esta tendencia a la protesta, creando un clima de malestar emocional palpable. Si tu entorno se queja, acabas intoxicándote de esa tendencia y focalizando también tu atención en las cosas negativas. Te acabas creyendo sus quejas y haciéndolas tuyas… ya hablábamos antes de los ambientes en los centros de trabajo..
  • Genera sensación de indefensión
    En un ambiente de continua queja, se acaba pensando que no hay solución, que no se puede hacer nada por cambiar las cosas, que hagas lo que hagas todo continuará siendo malo o peor.
  • La queja mata a la innovación
    Una persona que se queja es la primera en disparar en contra de una idea innovadora. Creatividad y queja son dos cosas opuestas, o se da la una o se da la otra, pero no las verás juntas.
  • Atrae a gente negativa
    La queja atrae hacia sí a gente negativa, cualquier persona optimista será vista como poco realista o ingenua.
  • Crea relaciones insanas
    Las personas que se quejan juntas, se unen contra el mundo y se alimentan unos a otros para seguir siendo negativos, cualquier idea positiva será mal vista. Al final, se acaban uniendo entre sí y formando “grupos cerrados” de retroalimentación negativa.

.. y seguramente podríamos encontrar muchos más motivos para quejarnos un poquito menos, pero ya son suficientes, no?

Pero fuera de broma, ¿Tenemos que fingir el resto de nuestras vidas que todo es felicidad?

No, no, no. Que se te escape una queja de vez en cuando no hay problema, como decíamos en un comienzo, pero las recomendaciones van por otro lado: hay que quejarse con un objetivo.

¿Empezó tu banco a cobrarte 15 euros de comisión de mantenimiento sin que te hayas enterado y a traición? ¿se pasó tu compañía telefónica por el forro su compromiso de cobrarte un precio en promoción que contrataste?

Hoy asociamos el acto de quejarse mucho más con la ventilación, descargarse de negatividad, que con la resolución de problemas. Ante los dos ejemplos anteriores, cualquiera de nosotros es consciente de que quejarnos no va a servir absolutamente de nada. No vamos a hacer que los bancos o las compañías telefónicas hagan caso a los pobres consumidores, pero como se suele decir, solo nos queda el hacer un poco de ruido.

Mi frase final:

Una buena queja tiene sentido, pero no lo tiene para nada ser quejica.

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